1991, el año en el que el rock hizo cumbre: 12 discos esenciales que entraron en la historia
A 30 años de uno de los momentos más prolíficos en la historia del rock, un recorrido por algunas obras que definieron el sonido de una época y dejaron su huella para las generaciones venideras.
Al igual que 1969 o 1977, 1991 es uno de esos años marcados con resaltador en cualquier calendario de efemérides rockeras. De hecho, no sería exagerado plantear que quizás sea el más importante de todos: al menos en volumen de discos publicados, la lista que se expone a continuación sirve para dimensionar la relevancia histórica de lo sucedido durante estos 12 meses en particular.
Más allá de posibles coincidencias del destino y de un clima de época que ayudó a gestar un fenómeno de impacto generacional (el del rock alternativo, básicamente), la cosecha 1991 entrega algunos de los títulos más fundamentales del canon de “imprescindibles” de las últimas décadas.
¿Quién no recomendaría acaso un Nevermind, un Blood Sugar Sex Magik o un álbum negro de Metallica como discos de iniciación para cualquier mente joven ávida de rock?
Aunque es difícil agregar algún matiz de novedad a todo lo que se ha dicho sobre estas bandas y estos álbumes, en todo caso este repaso ayuda a poner en contexto una época en la que la industria musical vivió una era dorada, con ventas astronómicas y nuevos referentes tomando su lugar como voceros generacionales.
La primera edición (en formato gira) del hoy archiconocido festival Lollapalooza también es un hito que se relaciona con el espíritu de un año en el que el rock hizo cumbre. Y allí otro condimento de época: 1991 se consagró, también, como un nuevo quiebre con la historia reciente, y no sólo desde lo estrictamente musical.
Con el cambio de década y con el final de un mundo que había sido bipolar desde terminada la Segunda Guerra Mundial, la consolidación del neoliberalismo y “el fin de las ideologías” impulsaron definitivamente el surgimiento de una industria del espectáculo de carácter global. A lo largo de la década de 1990, y con nuestro país como ejemplo concreto, muchos artistas incursionarían en giras mundiales inéditas hasta ese momento. Ese sería, también, el anticipo y el caldo de cultivo de la era de los festivales que llegaría con el cambio de siglo.
En ese sentido, el volumen de ventas de la mayoría de los discos consignados acompañó un nuevo período de crecimiento del negocio de la música, que viviría una época dorada hasta la llegada de internet y la irrupción de la piratería digital.
1991 funciona, entonces, como la bisagra que delimita a la perfección el final de los años ’80 y la consolidación de la música alternativa a lo largo de la última década del siglo 20, que incluyó el nacimiento de fenómenos como el grunge y el britpop (en 1991, de hecho, se produjo el debut discográfico de Blur).
A tres décadas de aquel año, la distancia temporal permite analizar ese momento como parte de un proceso más amplio. No es que todo sucedió durante esos meses por obra y gracia de la casualidad. Culturalmente, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña –los mayores polos productivos en materia musical por aquel entonces–, se venían gestando movimientos estéticos que terminaron de cocinarse al calor del comienzo de una nueva década.
La irrupción de Nirvana como ícono de aquellos días se puede explicar gracias a la existencia previa de artistas como Pixies o Sonic Youth. El éxito mundial de Guns N’ Roses o de Metallica tampoco se construyó de un día para el otro. R.E.M., en tanto, había gestado una sólida carrera antes de dar el salto definitivo de la mano de la todavía inagotable Losing My Religion.
Durante ese año, además, aparecería el último disco de Queen, y el grupo australiano INXS tocaría su techo llenando el estadio de Wembley para su posterior disco en vivo Live Baby Live. Esos y otros hechos dan cuenta de valores añejos que progresivamente fueron reemplazados por otros más nuevos. De a poco, la brillantina del pop de los ’80 era sustituida por la angustia de una generación que se encontraba ante el final del siglo con menos certezas que sus predecesores.
A la luz de hoy, resuena inevitablemente la falta de referentes femeninos entre los títulos elegidos para este repaso. Aunque la selección contiene 12 obras inobjetables, el desequilibrio de género que salta a la vista confirma que el devenir del tiempo ha dejado su huella.
Más allá de esa variable, esta cápsula de álbumes memorables da cuenta de un momento único en la historia de la música popular anglosajona. Habrá quienes lo recuerden con nostalgia y más de uno querrá viajar al pasado con esta música que poco tiene que ver con lo que suena en 2021. No obstante, y al margen de vivencias personales, este cúmulo de obras ilumina de cerca un período de la historia reciente que se vuelve más y más mítico con el correr de los años.
“OUT OF TIME”, R.E.M. (12 DE MARZO DE 1991)
Cumplió 30 años en marzo. Y la reescucha celebratoria no hizo más que confirmar que las grandes canciones trascienden el contexto sociocultural de su creación. Efectivamente, una preciosura como Losing my Religion está más allá del dato de que Michael Stipe y los suyos eligieron una vía alternativa dentro del mismo rock alternativo norteamericano. Mientras todos ponían vúmetros a mil, ellos (firmados por una major) se transportaban jugando con la mandolina; esa fue su opción. Y nadie puede reprocharles nada.
A 30 años de uno de los momentos más prolíficos en la historia del rock, un recorrido por algunas obras que definieron el sonido de una época y dejaron su huella para las generaciones venideras.Juan Manuel PaironeDomingo, 4 de julio de 2021 hs
Al igual que 1969 o 1977, 1991 es uno de esos años marcados con resaltador en cualquier calendario de efemérides rockeras. De hecho, no sería exagerado plantear que quizás sea el más importante de todos: al menos en volumen de discos publicados, la lista que se expone a continuación sirve para dimensionar la relevancia histórica de lo sucedido durante estos 12 meses en particular.
Más allá de posibles coincidencias del destino y de un clima de época que ayudó a gestar un fenómeno de impacto generacional (el del rock alternativo, básicamente), la cosecha 1991 entrega algunos de los títulos más fundamentales del canon de “imprescindibles” de las últimas décadas.
¿Quién no recomendaría acaso un Nevermind, un Blood Sugar Sex Magik o un álbum negro de Metallica como discos de iniciación para cualquier mente joven ávida de rock?
Aunque es difícil agregar algún matiz de novedad a todo lo que se ha dicho sobre estas bandas y estos álbumes, en todo caso este repaso ayuda a poner en contexto una época en la que la industria musical vivió una era dorada, con ventas astronómicas y nuevos referentes tomando su lugar como voceros generacionales.
La primera edición (en formato gira) del hoy archiconocido festival Lollapalooza también es un hito que se relaciona con el espíritu de un año en el que el rock hizo cumbre. Y allí otro condimento de época: 1991 se consagró, también, como un nuevo quiebre con la historia reciente, y no sólo desde lo estrictamente musical.
Con el cambio de década y con el final de un mundo que había sido bipolar desde terminada la Segunda Guerra Mundial, la consolidación del neoliberalismo y “el fin de las ideologías” impulsaron definitivamente el surgimiento de una industria del espectáculo de carácter global. A lo largo de la década de 1990, y con nuestro país como ejemplo concreto, muchos artistas incursionarían en giras mundiales inéditas hasta ese momento. Ese sería, también, el anticipo y el caldo de cultivo de la era de los festivales que llegaría con el cambio de siglo.
En ese sentido, el volumen de ventas de la mayoría de los discos consignados acompañó un nuevo período de crecimiento del negocio de la música, que viviría una época dorada hasta la llegada de internet y la irrupción de la piratería digital.
1991 funciona, entonces, como la bisagra que delimita a la perfección el final de los años ’80 y la consolidación de la música alternativa a lo largo de la última década del siglo 20, que incluyó el nacimiento de fenómenos como el grunge y el britpop (en 1991, de hecho, se produjo el debut discográfico de Blur).
A tres décadas de aquel año, la distancia temporal permite analizar ese momento como parte de un proceso más amplio. No es que todo sucedió durante esos meses por obra y gracia de la casualidad. Culturalmente, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña –los mayores polos productivos en materia musical por aquel entonces–, se venían gestando movimientos estéticos que terminaron de cocinarse al calor del comienzo de una nueva década.
La irrupción de Nirvana como ícono de aquellos días se puede explicar gracias a la existencia previa de artistas como Pixies o Sonic Youth. El éxito mundial de Guns N’ Roses o de Metallica tampoco se construyó de un día para el otro. R.E.M., en tanto, había gestado una sólida carrera antes de dar el salto definitivo de la mano de la todavía inagotable Losing My Religion.
Durante ese año, además, aparecería el último disco de Queen, y el grupo australiano INXS tocaría su techo llenando el estadio de Wembley para su posterior disco en vivo Live Baby Live. Esos y otros hechos dan cuenta de valores añejos que progresivamente fueron reemplazados por otros más nuevos. De a poco, la brillantina del pop de los ’80 era sustituida por la angustia de una generación que se encontraba ante el final del siglo con menos certezas que sus predecesores.
A la luz de hoy, resuena inevitablemente la falta de referentes femeninos entre los títulos elegidos para este repaso. Aunque la selección contiene 12 obras inobjetables, el desequilibrio de género que salta a la vista confirma que el devenir del tiempo ha dejado su huella.
Más allá de esa variable, esta cápsula de álbumes memorables da cuenta de un momento único en la historia de la música popular anglosajona. Habrá quienes lo recuerden con nostalgia y más de uno querrá viajar al pasado con esta música que poco tiene que ver con lo que suena en 2021. No obstante, y al margen de vivencias personales, este cúmulo de obras ilumina de cerca un período de la historia reciente que se vuelve más y más mítico con el correr de los años.
“OUT OF TIME”, R.E.M. (12 DE MARZO DE 1991)
Por Germán Arrascaeta
Cumplió 30 años en marzo. Y la reescucha celebratoria no hizo más que confirmar que las grandes canciones trascienden el contexto sociocultural de su creación. Efectivamente, una preciosura como Losing my Religion está más allá del dato de que Michael Stipe y los suyos eligieron una vía alternativa dentro del mismo rock alternativo norteamericano. Mientras todos ponían vúmetros a mil, ellos (firmados por una major) se transportaban jugando con la mandolina; esa fue su opción. Y nadie puede reprocharles nada.
“MAMMA SAID”, LENNY KRAVITZ (2 DE ABRIL)
Por Diego Tabachnik
Estética visual y sonora vintage, respeto por las tradiciones del rock y un sex appeal desbordante. Ese fue el combo que Lenny metió en la coctelera para su segundo disco, y el resultado fueron canciones que al día de hoy siguen siendo irresistibles. ¿Es posible no entrar en groove con It Ain’t Over ‘til It’s Over? ¿No rockearla con Always on the Run? La discusión estéril sobre si Kravitz es un ladrón de guantes blancos prescribió hace rato… pero el encanto de este disco sigue intacto.
A 30 años de uno de los momentos más prolíficos en la historia del rock, un recorrido por algunas obras que definieron el sonido de una época y dejaron su huella para las generaciones venideras.Juan Manuel PaironeDomingo, 4 de julio de 2021 hs
Al igual que 1969 o 1977, 1991 es uno de esos años marcados con resaltador en cualquier calendario de efemérides rockeras. De hecho, no sería exagerado plantear que quizás sea el más importante de todos: al menos en volumen de discos publicados, la lista que se expone a continuación sirve para dimensionar la relevancia histórica de lo sucedido durante estos 12 meses en particular.
Más allá de posibles coincidencias del destino y de un clima de época que ayudó a gestar un fenómeno de impacto generacional (el del rock alternativo, básicamente), la cosecha 1991 entrega algunos de los títulos más fundamentales del canon de “imprescindibles” de las últimas décadas.
¿Quién no recomendaría acaso un Nevermind, un Blood Sugar Sex Magik o un álbum negro de Metallica como discos de iniciación para cualquier mente joven ávida de rock?
Aunque es difícil agregar algún matiz de novedad a todo lo que se ha dicho sobre estas bandas y estos álbumes, en todo caso este repaso ayuda a poner en contexto una época en la que la industria musical vivió una era dorada, con ventas astronómicas y nuevos referentes tomando su lugar como voceros generacionales.
La primera edición (en formato gira) del hoy archiconocido festival Lollapalooza también es un hito que se relaciona con el espíritu de un año en el que el rock hizo cumbre. Y allí otro condimento de época: 1991 se consagró, también, como un nuevo quiebre con la historia reciente, y no sólo desde lo estrictamente musical.
Con el cambio de década y con el final de un mundo que había sido bipolar desde terminada la Segunda Guerra Mundial, la consolidación del neoliberalismo y “el fin de las ideologías” impulsaron definitivamente el surgimiento de una industria del espectáculo de carácter global. A lo largo de la década de 1990, y con nuestro país como ejemplo concreto, muchos artistas incursionarían en giras mundiales inéditas hasta ese momento. Ese sería, también, el anticipo y el caldo de cultivo de la era de los festivales que llegaría con el cambio de siglo.
En ese sentido, el volumen de ventas de la mayoría de los discos consignados acompañó un nuevo período de crecimiento del negocio de la música, que viviría una época dorada hasta la llegada de internet y la irrupción de la piratería digital.
1991 funciona, entonces, como la bisagra que delimita a la perfección el final de los años ’80 y la consolidación de la música alternativa a lo largo de la última década del siglo 20, que incluyó el nacimiento de fenómenos como el grunge y el britpop (en 1991, de hecho, se produjo el debut discográfico de Blur).
A tres décadas de aquel año, la distancia temporal permite analizar ese momento como parte de un proceso más amplio. No es que todo sucedió durante esos meses por obra y gracia de la casualidad. Culturalmente, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña –los mayores polos productivos en materia musical por aquel entonces–, se venían gestando movimientos estéticos que terminaron de cocinarse al calor del comienzo de una nueva década.
La irrupción de Nirvana como ícono de aquellos días se puede explicar gracias a la existencia previa de artistas como Pixies o Sonic Youth. El éxito mundial de Guns N’ Roses o de Metallica tampoco se construyó de un día para el otro. R.E.M., en tanto, había gestado una sólida carrera antes de dar el salto definitivo de la mano de la todavía inagotable Losing My Religion.
Durante ese año, además, aparecería el último disco de Queen, y el grupo australiano INXS tocaría su techo llenando el estadio de Wembley para su posterior disco en vivo Live Baby Live. Esos y otros hechos dan cuenta de valores añejos que progresivamente fueron reemplazados por otros más nuevos. De a poco, la brillantina del pop de los ’80 era sustituida por la angustia de una generación que se encontraba ante el final del siglo con menos certezas que sus predecesores.
A la luz de hoy, resuena inevitablemente la falta de referentes femeninos entre los títulos elegidos para este repaso. Aunque la selección contiene 12 obras inobjetables, el desequilibrio de género que salta a la vista confirma que el devenir del tiempo ha dejado su huella.
Más allá de esa variable, esta cápsula de álbumes memorables da cuenta de un momento único en la historia de la música popular anglosajona. Habrá quienes lo recuerden con nostalgia y más de uno querrá viajar al pasado con esta música que poco tiene que ver con lo que suena en 2021. No obstante, y al margen de vivencias personales, este cúmulo de obras ilumina de cerca un período de la historia reciente que se vuelve más y más mítico con el correr de los años.
“OUT OF TIME”, R.E.M. (12 DE MARZO DE 1991)
Por Germán Arrascaeta
Cumplió 30 años en marzo. Y la reescucha celebratoria no hizo más que confirmar que las grandes canciones trascienden el contexto sociocultural de su creación. Efectivamente, una preciosura como Losing my Religion está más allá del dato de que Michael Stipe y los suyos eligieron una vía alternativa dentro del mismo rock alternativo norteamericano. Mientras todos ponían vúmetros a mil, ellos (firmados por una major) se transportaban jugando con la mandolina; esa fue su opción. Y nadie puede reprocharles nada.
“MAMMA SAID”, LENNY KRAVITZ (2 DE ABRIL)
Estética visual y sonora vintage, respeto por las tradiciones del rock y un sex appeal desbordante. Ese fue el combo que Lenny metió en la coctelera para su segundo disco, y el resultado fueron canciones que al día de hoy siguen siendo irresistibles. ¿Es posible no entrar en groove con It Ain’t Over ‘til It’s Over? ¿No rockearla con Always on the Run? La discusión estéril sobre si Kravitz es un ladrón de guantes blancos prescribió hace rato… pero el encanto de este disco sigue intacto.
“BLUE LINES”, MASSIVE ATTACK (8 DE ABRIL)
Aunque es el título menos “rockero” de esta lista, el debut de Massive Attack confirmó la influencia de la electrónica en la escena musical británica desde fines de los ’80 y dio vida al llamado trip hop. Hipnótica y sugerente, esta obra maestra mezcló hip hop y soul con influencias del Caribe y se convirtió en uno de los discos más importantes de la historia gracias a su espíritu innovador y a canciones como Safe from Harm o Five Man Army.
“GISH”, THE SMASHING PUMPKINS (28 DE MAYO)
El primer disco de la banda liderada por Billy Corgan salió antes de tiempo. Poco antes de que Nirvana diera vuelta todo con Nevermind, los de Chicago trabajaron con Butch Vig para dar forma a un debut rockero, psicodélico y cargado de matices instrumentales. En su momento fue menospreciado, pero el tiempo acomodó las cosas. Además, es un fuerte indicio de lo que Corgan y compañía lograrían en Siamese Dream (1993) y Mellon Collie and the Infinite Sadness (1995).
“METALLICA”, METALLICA (12 DE AGOSTO DE 1991)
Este disco, conocido como “The Black Album” por su portada negra, cumple en agosto 30 años y la banda ya prepara una reedición remasterizada, junto con una edición especial con reversiones de 50 artistas. No fue sólo una bisagra para el sonido de la banda, que comenzaba a trabajar con el productor Bob Rock, sino que se transformó en el más vendido en la historia del metal. Arranca con el inquietante riff de Enter Sandman y continúa con 11 temas, uno más contundente que el otro. Entre los recordados, Sad But True y Nothing Else Matters.
“TEN”, PEARL JAM (27 DE AGOSTO DE 1991)
Santo y seña del grunge, primer disco de Pearl Jam y el que lo cambió todo para una generación desencantada. Darle play a Ten despierta aquel gesto de los ′90 que duerme en muchos: el deseo de atarse una camisa a cuadros en la cintura, tener el pelo largo y escuchar los temas con un suave movimiento de headbanging. Aquí ya estaban la potencia, la épica y la versatilidad vocal de Eddie Vedder, como promesa que luego se cumpliría de una década de gloria para el género. Even Flow, Alive y por supuesto Jeremy están en este disco. Y bellezas superlativas como Black.
“USE YOUR ILLUSION” I Y II, GUNS AND ROSES (17 DE SEPTIEMBRE Y 3 DE DICIEMBRE)
Tras el debut apetitoso en el que abrazaron el fuego sagrado, Guns N’ Roses dio este doble golpe de nocaut. El equilibrio entre hard rock crudo (Slash) y la grandilocuencia que buscaba algo así como dominar al mundo (Axl) dejó hits que se llevaron puesto todo. En estas 30 canciones hay tanto riffs arrolladores (Pretty Tied Up) como baladas exquisitas (Estranged), pero sobre todo un clima de época. Y si hay dudas, vale mirar el video de You Could Be Mine para volver a los ’90.
“NEVERMIND”, NIRVANA (24 DE SEPTIEMBRE)
Un antes y un después. Desde su aparición, Nirvana se convirtió en sinónimo del grunge y en bastión indiscutible del ascenso del rock alternativo como banda de sonido de la Generación X. Kurt Cobain se consagró como leyenda viva con himnos generacionales como Smells Like Teen Spirit o Come As You Are, pero varias de las canciones del segundo disco del trío se transformaron en clásicos para la eternidad. Grabado por Butch Vig, se distingue por su sonido sofisticado y preciso.
“BLOOD SUGAR SEX MAGIK”, RED HOT CHILI PEPPERS (24 DE SEPTIEMBRE)
El disco con el que RHCP impuso un estilo y un sonido “California” gracias al gran aporte del productor Rick Rubin. Este álbum de ¡17! tracks transita por todos los climas y puede pasar del hitazo Give it Away al hipnótico tema que le da nombre al material y luego bajar a una de las baladas más versionadas de todos los tiempos, Under the Bridge. Imposible no emocionarse al escuchar los riffs de guitarra de John Frusciante y esa combinación demoledora entre el bajo de Flea y la batería de Chad Smith.
“SCREAMADELICA”, PRIMAL SCREAM (8 DE OCTUBRE)
Una de las noticias más tristes en la prepandemia (febrero de 2020) fue la muerte de Andy Weatherall, el dee jay y productor inglés que craneó con el escocés Bobby Gillespie este alucinado cruce de rock & gospel y acid house. Los obituarios, claro, debieron dar cuenta de Screamadelica, su máximo legado, que muestra cómo una banda de garage capta una vibración de época y se reconvierte, además de recordar que (en el rock & roll) bailar es fundamental.
“LOVELESS”, MY BLOODY VALENTINE (4 DE NOVIEMBRE)
Acaricia lo áspero y encuentra belleza en el caos. Loveless es una exploración del potencial noise de la guitarra para llevarla a un magma de melodía y ensoñación. De casi todo se encarga Kevin Shields, a quien Loveless y dos discos más con MBV lo convirtieron en uno de los violeros más influyentes de la historia. Acompaña este viaje la voz aniñada de Bilinda Butcher, que asoma tímida pero nítida en un enjambre de ruido y samplers. Imprescindible es poco.
“ACHTUNG BABY”, U2 (18 DE NOVIEMBRE)
Después de la incursión con la música folk de Estados Unidos de Rattle and Hum (1988) y antes de la experimentación electrónica de Zooropa (y mucho antes del derrape que significó Pop), este disco de los irlandeses tenía la combinación justa de sonido industrial (Zoo Station y The Fly), guiño pop (Misterious Ways), baladas biempensantes (One) y perlas oscuras (Love is Blindness). Quizás el último disco auténticamente “europeo” de U2 y, definitivamente, uno de los mejores.